Cuando se publique libro, no digan que no les avisé.
La Montaña (1897) de Lugones e Ingenieros: orogénesis y adyacencias
Por Alan Martín Ulacia
1. Primeros sedimentos
“Tú posees el secreto: ¡revélanoslo!”
Domingo. F. Sarmiento, Facundo.
Quebrado el poder rosista en Caseros se refuerza el despliegue y la materialización de un cúmulo de proyecciones, saberes, anhelos, valores y voluntades que se forjan en paralelo, y a su vez en relación, a la figura y las implicancias políticas de Rosas. Por ósmosis. El Facundo como explícito y problemático aliciente de dicha dialéctica. “Y el señor Sarmiento, adoptando el punto imparcial del criterio político de la juventud argentina de 1837, explicó en su Facundo, a Rosas, por medio de Quiroga, y a Quiroga, por el modo de ser normal de la vida argentina”. O la figura del mismo Urquiza: de espíritu facúndico, hacendado como Rosas, punta de lanza de las ambiciones sarmientinas, condición de posibilidad de las Bases alberdianas. Todo en uno. Y, por otro lado, la misma polémica Sarmiento-Alberdi como un “estadio superior”, pero también saturado de contradicciones, de dicho “cúmulo”. De una vez: ¿Cúmulo Liberal? Digamos que sí. Pero, ¿podemos seguir machacando y reactualizando dicho corte sin más y decir con plena seguridad “Caseros.” para designar el acontecimiento fundante y posibilitador de un proyecto liberal que estaría monolítica y dinásticamente encarnado por los Sarmiento, los Avellaneda, los Mitre, los Roca? ¿Cuánto hay del rojo billete de veinte en el morado Roca de cien? ¿Cuánto había de 1833 en 1884, en relación al Problema-del-Indio? ¿Y cuántas y cuáles son las diferencias entre los líderes verdugos, y la vez herederos, del sistema rosista? ¿Entre Sarmiento y Mitre, Avellaneda y Roca? Seamos claros: ¿hasta cuándo el revisionismo efectista y tribunero?
La polémica Sarmiento-Alberdi, decíamos, como síntesis y problemática condensación de dos posturas al interior de una “matriz” ideológica, política, cultural, que se autodefine y se proyecta por contraposición al sistema erigido por el tirano derrotado. El exilio, la oposición, la denuncia y la injuria como las fuerzas vitales que nutren la posibilidad de otro orden, la lucha hacia otra alternativa política. Pero esto último, la clásica polarización Rosas-Liberales (con “Caseros.” como prolijo señalador), lo dejamos bien entre comillas, con aire de “tesis”. Pero aún así, y este es el punto que nos interesa subrayar, en Sarmiento-Alberdi no sólo está en disputa el cómo y el hacia dónde gobernar el país. Sino, además, el cómo y el qué escribir, pensar, caído Rosas. La leyenda dice: literatura de guerra versus literatura de paz. “Los gauchos de la prensa” contra una prensa de “la paz, la Constitución y la verdad práctica”. Romanticismo político versus pragmatismo racionalizador y tecnificante. Resistencia versus Edificación.
Ahora bien, poniendo el foco en el período que abarca las dos grandes “C” (Constitución de 1853- Centenario de 1910) el balance quizá se incline por la efectiva concreción del proyecto del primer Alberdi. La consumación (deforme, monstruosa) del imaginario liberal, incluyendo la cuestión de la Prensa: ¿La Nación (aún fundado por un Mitre ya “maldito” y criticado ferozmente por el mismo Alberdi. Cfr. El crimen de la guerra (1870) y Mitre al desnudo…) y La Prensa como correctas y aceptables materializaciones del los cánones periodísticos alberdianos? Tal vez. Pero si avanzamos un poco más, sólo un par de décadas, comenzadas las primeras huelgas obreras y el subsiguiente disciplinamiento estatal del “fermento foráneo”, se puede leer retrospectivamente la polémica Sarmiento-Alberdi como una enmarañada reedición-solapamiento-mutación-deriva de nuestro decisivo ostinatto nacional, la afamada “zoncera” Civilización y Barbarie.
“Ninguno de los dos ganó”.
Resistencia. Edificación.
Crítica. Construcción.
Categorías políticas (y periodísticas) antagónicas. ¿Antagónicas?
Ahora bien, ¿cómo leer “La gran polémica nacional” desde el “periódico socialista revolucionario” de Lugones e Ingenieros, y viceversa? ¿Qué punto de visión nos permite, hoy, La Montaña de 1897? ¿Desde la resistencia al inmoral intendente Alcobendas hasta la participación edificante de ambos, con sus diferencias, en el proyecto político del último Roca?
2. Fallas, plegamientos, derivas.
“La prensa había saludado a Caseros; anticipado en sus columnas el pensamiento de los parlamentarios y prolongado luego sus debates; preanunciando el choque de las armas; vehiculizado los juicios de federales y liberales; explicado, escrito y hecho ella misma la historia de las dos primeras décadas que siguen a las caída de Rosas. El nivel de su cultura es el del país; su pasión batalladora, el modo de ser argentino; sus motes, dicterios, calificativos e injurias, una fea particularidad de sus agrupaciones políticas”.
Luis Pan, Prensa Libre, Pueblo libre.
I. En 1950 el periodista e historiador Luis Pan escribe Prensa Libre, Pueblo Libre. Pan es un socialista orgánico. Intenta narrar los orígenes de la prensa socialista vía el famoso periódico La Vanguardia (1894), fundado por Juan B. Justo. Tomamos nota: en 1950 gobierna el país Perón. Ahora bien, en su escrito, Pan reivindica, los soba, a Mitre y a La Nación, y a José Clemente Paz y a La Prensa. Entre otras: “Su fundador [Paz] tuvo que enajenar bienes para acometer la empresa, y aún así no pudo evitar que desde el primer número fuera calificado como “periodiquín” y “diarejo sin importancia ni mérito”. ¡Qué época aquella! Falta diez años para el 80 y la generación que lleva su nombre es toda moza veintañera...” La Nación y La Prensa. Paz había estado junto a Mitre en Pavón, codo a codo. Pan los aúna, refuerza el parentesco: “Para “La Nación valen los mismos juicios que para “La Prensa”, porque ambos fueron en su hora una incuestionable superación de nuestro periodismo que influyeron decididamente en el adecentamiento de nuestras costumbres políticas.” También se le hace un guiño a Sarmiento: “A medida que la escuela primaria avanza en el proceso de la democratización de la cultura, el periodismo tiene un hacer más fundamental. No olvidemos que en los periódicos han visto la luz muchos de nuestros libros capitales. Casi el total de los 52 tomos de Sarmiento son “artículos de diario.” Por otro lado, en el libro son constantes las teleológicas ansias de llegar al 80 y a la esperada maduración de sus cuadros políticos e intelectuales devenidos “Generación del”: “A veintidós años de Caseros, al país le falta andar todavía. Y marcha, dolorosamente, buscando apurar los seis años que le separan del 80.”
Sí. Desde aquí es fácil hacer una crítica fragmentada y descontextualizada de dicho progresismo y “des-ocultar” la operación político-discursiva: “levantemos a los Mitre y a la prensa liberal. A la élite liberal. Porque gobierna Perón. El tirano Perón. El autoritario y censor Perón. Ensalcemos a los paladines de la “prensa libre” post-Rosas. Pues desde nuestra visión socialista progresista-lineal, el 80 era el Caseros en el cual esa élite va a encontrar su redención. Como lo será para nosotros el esperado 55 y la Revolución que derroque a Rosas, perdón… a Perón…”. Esta lectura, tan tentadora como malintencionada, sin embargo no contempla los tironeos y matices en que está sumido el propio análisis de Pan, siendo éste un exponente de la misma praxis política del socialismo argentino y su posicionamiento coyuntural: su antiguo anhelo por superar los límites genéticos de la “política criolla”. Pero intentemos ser ecuánimes, escribe Pan: “Pasarían 9 años antes de que otra huelga, la de zapateros en 1887, volviera a renovar el asombro de la prensa tradicional ante reclamos que no se conjugaban con invocaciones patrióticas, citas de la antigüedad griega o transcripciones de Cicerón. El problema social nacía en la Argentina y para su entendimiento era necesaria otra sensibilidad (…) El millón y medio de inmigrantes llegados al país entre el 57 y el 90 crearía un nuevo estado de cosas. No ellos, los obreros, que venían a aportar su fuerza de trabajo, sino la propia sociedad argentina que en su expansión acelerada hacia lo que se llamó “la era del progreso” echó las bases del régimen capitalista en el país. Es esta una explicación objetiva de los hechos que está en las leyes mismas de la formación y desarrollo de las sociedades modernas.” Habitual gestualidad del socialismo argento, cuando no se dedica a desarrollar la legislación que más tarde será la base del Justicialismo: obreristas, anticapitalistas, cientificistas en la teoría y el discurso, pero genuflexos, cómplices y hasta devotos de los procesos y personajes que encarnan los momentos históricos de ascenso liberal, en algunos casos, de la misma derecha liberal: los principales artífices históricos que empujan el desarrollo del capitalismo local. Pseudo-marxismo determinista de la peor clase. Esto por las dificultades digestivas que conllevan los movimientos socio-políticos autóctonos que no se dejan encajar en ciertos corpus teóricos. “No, de esta forma, no”. Un invariante fuera de tiempo y lugar. He aquí, creemos, una de las históricas encerronas de la izquierda en Argentina. Y la Prensa como una de las manifestaciones más elocuentes del tragicómico derrotero, si frente a Perón se levanta a dos hidalgos de la prensa libre: a La Nación, cabeza de playa de los intereses anglosajones, y a La Prensa, explícito portavoz del conservadurismo nacional. “La Prensa marcó una época y es ella misma el signo más distintivo del avance que desde ese momento viviría la República. Encarnación viva de un periodismo superado, creó normas, adecentó costumbres, señaló rumbos.”
De todas formas, hemos hecho esta digresión por dos motivos: 1) Como un complejo caso de “aplicación” de nuestro binomio prensa de Resistencia-prensa de Edificación. Pues, ¿cómo comprender desde esa dialéctica la recurrente esquizofrenia socialista? ¿Dónde ubicarla ayer? ¿Y dónde hoy? Y 2) Para dejar sentado que en un análisis histórico, y “socialista-orgánico”, de 192 páginas de la prensa finisecular, La Montaña de Leopoldo Lugones y José Ingenieros no es nombrada siquiera una vez.
II. Escribe nuestro maltratado Luis Pan: “El mote se va extinguiendo y el insulto cede su lugar a la consideración impersonal de los problemas. Claro que esta es la corriente que se perfila, sin desconocer que aún viven expresiones de otro género, de ese periodismo injurioso que nunca es hacedor de tradiciones o de escuela, sino canal de desahogos, expresiones de resentimientos o, en una palabra, mera insuficiencia para comprender la tarea civilizadora que tiene por fin específico el periodismo.”
He aquí la cita que nos lleva al pie de La Montaña de 1897.
Pues a pesar de su irreverencia corrosiva y sus ademanes rebeldes, basta echar una mirada al mapa de publicaciones periódicas finiseculares para notar que La Montaña y su particular estilo no caen del cielo, son fruto de un espíritu epocal, de un clima propiciado por el agotamiento de la pax liberal y el ascenso político-organizativo de los sectores populares, pocos años más tarde, interpretado exitosamente por el primer radicalismo de Alem.
Hacia 1885 aparece Don Quijote, “periódico que se compra pero no se vende”, dirigido por el dibujante Eduardo Sojo, español exiliado que actúa y piensa con el riguroso desenfado de un Groussac. Demócrito será el seudónimo que marcará los primeros pasos de la caricatura y la crítica política en Argentina, con un claro antecedente en el temprano El Mosquito, de 1863. A partir de 1899, Don Quijote cuenta con las filosas colaboraciones del escritor español Eduardo López Bago, en la sección Sancho Panza. Escribe López Bago el domingo 12 de noviembre de 1899: “Escribir verdades en éste tiempo, es contrariar el programa político del General Roca, los proyectos financieros del Doctor Pellegrini. Y eso que algunos llaman corriente de las ideas.” Inédita mixtura de humor, literatura, crítica política y arte, el periódico se convierte en crucial colaborador escrito de la revolución de 1890. Censurado, detenido Sojo repetidas veces, secuestrada la piedra litográfica con que se imprimía el periódico, Don Quijote deja de publicarse en 1905, señalando un camino de resistencia contra un sistema político liberal-oligárquico que, desconcertado, tolerará las travesuras de un estilo de prensa que de a poco comienza a encender la llama de una auténtica amenaza, articulada, proyectiva, que ahora sí, dicho poder ya no podrá permitir, incluido el popular bemol yrigoyenista.
III. Por otro lado, en la vertiente de ese periodismo injurioso que Luis Pan señala “no hace escuela ni comprende su tarea civilizatoria”, se pueden ubicar, como parientes de La Montaña (menos espectaculares, sin duda) al numeroso conjunto de periódicos gremiales que comienzan a editarse hacia 1870. “Hacer un periódico gremial era una empresa que tenía un claro objetivo: crear una conciencia de intereses compartidos y una idea de comunidad (una comunidad de iguales) para oponerse a las prácticas discursivas de otros, en particular de la burguesía que los oprimía. La prensa se atribuía un claro sentimiento pedagógico y buscaba erradicar todos los males que podían ser introducidos por el pensamiento “burgués” a través de los diarios editados por las empresas periodísticas.”
El obrero Panadero (1894), La Unión Gremial (1895), El Carpintero (1896), El Mecánico (1895), El Pintor (1898), El obrero (1900), El barbero (1903), El dependiente (1903), El gráfico (1904), son algunos de los periódicos que componen la colorida constelación de una prensa a la cual las transformaciones de las formas periodísticas en función de los cambios socio-políticos que atraviesa el país a fines del siglo XIX, no le eran ajenas. En 1928, el periódico Acción Obrera, por ejemplo, recapitula y toma nota: “Merced a esta transmutación de fines y a su asombroso desenvolvimiento, en vez de un medio, es ahora un fin; en vez de servir, manda. Y para completar la transformación, el periodismo se ha forjado una moral propia, una ciencia, una literatura y una política para su uso. Por eso ya no refleja más la vida; hoy la complica con su fiebre de sensacionalismo. El periodismo moderno, para mantener siempre viva la ansiedad popular, apela a todos los medios a su alcance (…) Y cuando los asuntos escasean o se intensifican las reclamaciones obrera, el periodismo se hace “obrerista”; describe la miseria y canta loas al dolor proletario, a la vez que suele en esos casos explotar la debilidad o vanidad de ciertos líderes obreros con la publicación de sus retratos y de fantásticas biografías.”
A su vez, la prensa gremial deja un lugar en sus páginas a la literatura, en busca de la creación de un plexo simbólico común. De este modo se publican piezas de autores universales como Zola, Dante, Víctor Hugo, Tolstoi, Dostoievsky. Y locales: Álvaro Yunque, Almafuerte, Alberto Ghiraldo, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, entre otros/as. También surge, en hermandad con el estilo de Don Quijote y El Mosquito, un mundo de imágenes, dibujos, símbolos, consignas gráficas que crean y moldean una identidad obrera, afectiva y estéticamente.
Entonces. Tres son las señales que nos guían hacia la orogénesis de La Montaña. Tres elementos nos permiten establecer una filiación, una contextualización que explicite el contorno dentro del cual luego Lugones e Ingenieros imprimirán su sello particular. Por un lado, la “incomodidad” de La Montaña en el anaquel de la tradición partidaria socialista. Intempestivo y heterodoxo, el “periódico socialista revolucionario” compone una herencia que el partido de Justo duda en exhibir en la vitrina, acaso por su coqueteo anarquista, su “ultrismo”, o tal vez, por la posterior deriva biográfica, política e intelectual de sus dos jóvenes y prometedores afiliados. En segundo lugar, el estilo irreverente y punzante de Don Quijote como un antecedente que hará de la injuria un estilo, un instrumento retórico-político particular, una reacción discursiva frente a la política criolla del 900. Y por último, el peso específico de una naciente prensa gremial que busca crear una conciencia de clase, una matriz común de imágenes, símbolos y lenguajes, una pulsión revolucionaria, que el orden liberal no es capaz de ofertar, porque a su vez no es capaz de asimilar políticamente al nuevo actor social, el proletariado urbano, sino mediante el positivismo en las aulas y los eficientes remigtons que una década atrás habían solucionado con éxito y pompa “El Problema del indio”. A lo que podemos agregar la polémica Sarmiento-Alberdi, leída desde el dialéctico binomio “prensa de Resistencia/Edificación”, como la clave desde la cual pensar las implicancias, el significado y el legado periodístico del mozo proyecto de Lugones e Ingenieros.
3. La Montaña (1897): entre el sermón y la revolución
“He aquí que la moral del intendente es completamente inocua:
una erección de eunuco sin la más mínima consecuencia fisiológica.
Por otra parte no nos hacemos ilusiones respecto a las probabilidades de la lucha.”
La Montaña, 1897.
En 1897, entre la renuncia de Luis Saenz Peña y la segunda presidencia de Roca, gobierna el país José Evaristo Uriburu. Pasaron siete años de la Revolución del Parque. La hegemonía del PAN no está jaqueada, aún puede aggiornarse, pero comienza a dar signos de agotamiento.
En 1895 Leopoldo Lugones llega a Buenos Aires, en el 96 se une al Partido Socialista, fundado por Juan B. Justo, ese mismo año. Vierte su joven obra poética y sus reflexiones políticas en La Vanguardia y El Tiempo. Quince días antes de publicar el primer número de La Montaña, el 17 de marzo de 1897, escribe en El Tiempo, en el artículo “El Sable”, un elogio de San Martín y “Rozas”: “Hay que confesar que la personalidad de Rozas, no cabía en la vulgar y mediana blusa democrática, a pesar de tener ésta diez mil mangas, y él la hizo estallar magníficamente. Bajo la enorme presión de su pecho dominador, saltaron los míseros broches del convencionalismo legal.” Como para marear a todas las escuelas, convencionalismos y etiquetas: pues resulta que el fermento, la inspiración del joven Lugones revolucionario de La Montaña (luego fascista) en la tarea de impugnar la legitimidad y el sistema de valores del orden burgués-liberal finisecular, es el mismo Rosas, su némesis. Entre “El Sable” de 1897 y “La hora de la espada” de 1924, se traza un confuso pero elocuente espectro de acero signado por la crítica virulenta a un Uriburu y la justificación e invocación de otro en el 30… En 1897 Lugones también escribe Las montañas del Oro, fuertemente influenciado por su porteño encuentro con Rubén Darío, un año atrás. “Bajo el techo de su boque formidable,- habla al mundo y oye el mundo sus lamentos”. Pule Lugones ese tono antipositivista, romántico, que colisionará tan fructíferamente, en La Montaña, con el obligado cientifisismo socialista de manual. “En la enorme decadencia de los siglos transcurridos, - en las noches Armoniosas como cíclicos cantares.” ¿Cuánto le debe La Montaña a este conjunto de versos titulados homónimamente?
Por otro lado, un José Ingenieros de veinte años se recibe en 1897 de farmacéutico. Ya ha hecho sus primeras armas periodísticas en el estudiantil La Reforma, de tinte crítico-literario. Ingenieros tiene formación en anatomía, y pronto diseccionará y escupirá sus venenos contra la de los reptiles burgueses.
Así, el 1° de abril de 1897 aparece La Montaña. Lugones/Ingenieros, juzga Viñas: “Moralistas jubilosos los de esa yunta; inclementes más por ímpetu que por sistema, preferirían lo episódicamente rudo del francotirador a las rutinas vigilantes de cualquier fiscalía. Sabían, vaya si sabían, que convertirse en un mito es un oficio que se lleva la vida.”. Luego, en 1924 Viñas establecerá entre ellos un corte definitivo, rubricado por el peligroso y auspiciatorio belicismo lugoneano y por el simbólico epitafio de Ingenieros dedicado a Lenin. Hipótesis tajante, a revisar. Pero en 1897, las biografías y el pensamiento del dúo, con sus matices, aún “encastran”.
Ahora bien, una breve fenomenología sobre el periódico arroja lo siguiente: 12 números, del 1° de abril al 15 de septiembre de 1897, casi seis meses; entrega quincenal, fechada según el calendario jacobino; un Sumario triádico compuesto de “Estudios sociológicos”, “Arte, Filosofía, Variedades” y “Actualidad”. En los artículos firmados por “los Redactores”, Leopoldo Lugones y José “Ingegnieros” (aún no se lo ha cambiado a Ingenieros), se lee un estilo rudo pero virtuoso, agresivo, incendiario, intempestivo, relampagueante, a-sistemático pero certero. Destacan publicaciones del campo socialista internacional como las de Gabriel Tarde, Eduard Carpenter, Enrique Ferri, Gabriel Deville, Adolfo Zerboglio, Paul Verlaine, Augusto Bebel, Luis Blanc, Pablo Lafargue, Ada Negri, y el mismo Karl Marx.
Pero dos serán los núcleos temáticos sobre los cuales pondremos la lupa.
I. Lugones: moral y función del Arte.
Existe un hilo conductor entre los artículos “Fundación de una colonia de artístas” (N°1), “La moral del arte” (N°5) y “A 100° de infamia” (N° 7): es la cuestión del Arte y sus mutaciones en el marco del sistema de valores del Occidente de fines del XIX. En Lugones es Arte, con respingada mayúscula. Intuye lo mismo que Nietzsche en Europa: a las puertas del siglo XX algo huele mal, muy mal, en el sistema de valores occidentales, su moral, su ciencia, y también su Arte. El temprano pensamiento lugoneano puede leerse también como un anticipo criollo, erizado y aristocratizante de aquello que Walter Benjamin conceptuará, unas décadas más tarde, desde su marxismo heterodoxo, como “la época de la reproductibilidad técnica de la obra de arte”. En efecto, Lugones descarga una reacción violenta, revulsiva, y romántica frente a lo que percibe inminente: la muerte aurática, la vulgarización estética que una cultura de masas en ciernes, trae consigo. Ahora bien, el movimiento cultural-intelectual por el cual Lugones está influenciado es el Modernismo, nucleado, en Latinoamérica, alrededor de Rubén Darío y su fundacional libro de poesías Azul. Esto no puede omitirse, así como aquí no lo podemos desplegar mejor.
Pero lo que nos interesa resaltar aquí es el rarísimo cóctel que resulta de la combinación Modernismo, Positivismo y Prensa Socialista. Todo fundido en los escritos de Lugones. Un fragmento de un artículo publicado en La Vanguardia, en agosto de 1896, condensa el mix: “(…) Yo tengo una idea más alta del Pueblo, y pienso que por lo mismo que no sabe debe enseñársele, y para enseñarle y para aprender a hablar en buena lengua del pueblo y para el pueblo, he permanecido ocho de mis veintidós años en el estudio que ilustra el espíritu, y lo fortifica, para mirar como se merecen y para corregir sin odio, más sin debilidad, a los miopes y a los incapaces, que pretenden hacer armas de su incapacidad y su miopía.” Son las fricciones que trae aparejado “el paso de los “gentlemen”-escritores a la profesionalización de la escritura” (cfr. Viñas, David, Literatura argentina y realidad política, 1964). Fricciones de clase. Fricciones morales. ¿Fricciones estéticas? Y cuando el escritor, además, tiene vocación política, milita en el naciente socialismo rioplatense, la tensión entre su preciado Arte y el sujeto receptivo, “el Pueblo”, “los explotados”, es máxima. La dependencia cultural, simbólica y hasta material con respecto al orden que comienza a erigirse y a crecer luego de la caída de Rosas, es determinante para cualquier ademán rebelde, anti-sistema. Tanto que la crítica naufraga en travesura. Algunas más potentes que otras. Pero hemos dicho, travesura que el orden liberal puede tolerar, asimilar, hasta desearlo como agente presurizador.
Y no podemos pedirle más, ni siquiera con la firma de Lugones, al principio del XX.
Hegeliana, teleológicamente hablando, el sujeto social que se arenga e invoca, que comienza a “asentarse” hacia la década del 30, aún está en formación, en disputa, además de en pronto y eficaz proceso de esterilización estatal. En 1931, Scalabrini Ortiz caracterizará con más rigurosidad el drama del sujeto social al cual desde La Montaña (y la figura de la distancia vertical nos deviene retóricamente adecuada) se busca interpelar políticamente; en un punto, anticipa Scalabrini la rentable interpretación histórica que luego hará el peronismo: “Mano a mano con el porteño sin tacha en su sangre, el hijo del europeo nacido aquí soportó con entereza la inclemencia con que la ciudad trituró a sus habitantes, y también aquí la continuidad de la sangre se quebró. Escarnece el hijo los aguijones que fueron médula de la actividad paterna: su adineramiento sin tasa, su afán de progreso tangible… y tampoco el hijo del europeo urbano es hijo de su progenitor, es hijo de la ciudad. Las penurias de la tragedia sexual ensamblaron en uno sólo los espíritus del porteño de larga estirpe y del hijo de recién venido.”
En el joven Lugones, moral estética y moral política o “social” no confluyen, no al menos para la pureza de nuestras tablas progresistas-izquierdistas. Combaten entre ellas. Desde ese juicio es que se juzga “incomprensible”, o al menos “sorpresivo”, el “viraje” biográfico-político de Lugones. Y con Ingenieros el contraste se intensifica, pues éste último procura ser menos duro con las masas “imbéciles”, acaso magnánimo y más pedagógico; eso sí, hasta su hartazgo y subsiguiente sincericidio en “La paradoja del pan caro (divagación)”, recién en la doceava y última entrega.
De cara al “estado del arte” del actual periodismo argentino, sus formas y usos, la experiencia lugoneana en La Montaña deja una en vilo una paradoja: si frente al positivista clima del pensamiento de principios del XX se alza una “prensa artística”, estéticamente vitalizada, descontracturada, original, filosa, ¿por qué frente a un contexto filosófico de crecientemente posmodernización, debilidad y liquidez, hoy, predominan en el periodismo la boba mesura, el tecnicismo académico y los buenos modales gramaticales?
II. “La multa” de Alcobendas y el reptilario de Ingenieros.
“A. Calzetti 5.00; Un anarchico 1.00; Un socialista 0.50; Un sastre 0.20; Las Mandes 0.10; Uno que desea la revolución 0.20; Un raglia capo 0.10; Vincere o moriré 0.20; Fabron Pallachio 0.05; Un fogoso incendiario 0.15; Un sastre 1.00; Un sastre socialista 0.20; No se entiende 0.50” se lee en el Nº7 de La Montaña. Se trata de la “lista de suscripción de protesta y solidaridad para cubrir el importe de la multa impuesta a La Montaña”. Pues el intendente de la ciudad de Buenos Aires, el Dr. Francisco Alcobendas, ha secuestrado el segundo número del periódico y estipulado la cárcel para el autor de “Los reptiles burgueses” (José Ingenieros), o bien el pago de 300 pesos. A partir de ese momento, La Montaña pone en marcha una campaña de visibilización, denuncia y resistencia a la disposición municipal; que les ha venido, publicitariamente hablando, como anillo al dedo. En agosto la movida de Alcobendas se cae “Parece que únicamente se trató de intimidarnos con los cincuenta renglones estúpidos del asesor, la censura previa, el allanamiento de la casa editora, y sobre todo el epíteto de inmorales, cuyo efecto sobre las casas de familia no puede ser más desastroso.”. Más allá del color de la anécdota y el abono al carácter mítico del periódico, la cuestión de “la multa” permite pensar varias cuestiones. En primer lugar, la ligazón legal y material de todo acto de rebeldía, en este caso periodística, con respecto al orden liberal-burgués. Lo cual ya es un antecedente y a su vez una prefiguración del problema de la libertad de prensa, concepto genéticamente burgués, tan invocado hoy en día. Ya que, mientras por un lado se escribe “No decimos una sola palabra de la libertad de prensa. No creemos en ninguna de las libertades republicanas consagradas por las leyes de la burguesía; no creemos en más leyes que en las naturales.”, por el otro lado, “no nos hacemos ilusiones con respecto a las probabilidades de la lucha”. Es decir, los incendiarios Lugones e Ingenieros no sólo son táctica, sino además ideológicamente conscientes de su incapacidad para imponer, por el momento, un orden social alternativo, por tanto, existe en el proceso de crítica y destrucción una dependencia, una aceptación positiva del momento instituyente. “La relación de fuerzas es adversa. Aún el orden burgués nos marca la cancha y es capaz de “multarnos”, “penarnos”, pero ello no nos desalienta en la lucha, aceptaremos las reglas, seguimos prendidos de la institucionalidad, pero les ganaremos en su propio terreno mientras no seamos capaces de transformarlo y crear otro”. He aquí el sentido, irónico, socarrón, burlón, de la “lista de adhesiones” de La Montaña. Así como el problema central de toda prensa que se autoadjudique el título de anti-sistema, anti-capitalista: una contradictoria relación de dependencia ontológica con el orden que anhela transformar; del cual se desea emancipar, pero a la vez, para poder sobrevivir, le demanda garantías y “libertad de…”
En segundo lugar, la multa nos permite realizar una lectura retrospectiva de la dramática relación entre La Montaña y sus lectores, su público. La multa pone de relieve el simple y potente hecho de no poder juntar 300 pesos. Decíamos que en el artículo “La paradoja del pan caro” Ingenieros pierde su militante paciencia y rompe definitivamente con unas masas con las cuales, quizá, nunca habían tenido relación. “Las bocas, en vez de protestar, murmuran oraciones (…) Las bocas, en vez de protestar, cantan Himnos Nacionales (…) Las bocas, en vez de protestar, aclaman a los polichinelas políticos.”. El divorcio es tan dramático, la decepción tan grande, como el matrimonio ilusorio. No importa el esfuerzo que haga La Montaña por tabular los cronogramas y actividades del socialismo local, no importa el fresco y actualizado internacionalismo del cual se jacte, no importa la chapa que le ha dado la persecución sufrida, no importa la precisión quirúrgica con que Ingenieros destripe a los reptiles burgueses, no importan los virtuosos zarpazos del león Lugones, pues existe, antes y en el medio, un abismo material-organizativo entre las masas y el programa (que de sistemático poco y nada), existe también un régimen liberal, decadente pero aún en funcionamiento, dispuesto a activar todos los dispositivos de control social que ha sabido forjar; existe, en fin, una distancia insondable entre la estetizante post-moral nietzscheana de Lugones y la cotidiana urgencia operativa del inmigrante, existe un mundo entre la lejana Colonia de Artistas y el puerto de Buenos Aires donde desembarcará el cercano antepasado del Hombre de Corrientes y Esmeralda.
Lo cual no significa que La Montaña supone un patético antecedente, un triste desincentivo para las experiencias libertarias, utópicas, maximalistas, “sin pretinas”. Menos para los experimentos periodísticos, que cuentan con el inagotable potencial prefigurativo del lenguaje. No. Todo lo contrario. La Montaña hace obra ese salvador peligro de Hölderlin.
Desde La Montaña se profesa un incómodo sermón que no es el del Cristo, se pronuncia en la ruda lengua del polémico binomio tallado por los dos grandes sabios liberales, Sarmiento y Alberdi: Lugones e Ingenieros ejercitan la dura e inusual tarea de ser duros y francos con las masas, actitud político-intelectual pecaminosa para el progresismo demagógico y la runfla posibilista, ansiosa por ser, adquirir o encarnar una legitimante ontología de lo popular. Tesoro que muchos anhelan y cuidan, pulen y celan, explotan y monopolizan, a veces, más que el afán transformador, revolucionario, de las reales condiciones de existencia de los pueblos, y mucho más que el aporte al trazado colectivo de nuevos destinos históricos.
Y restaría preguntarnos si para Lugones e Ingenieros hacer praxis la coherencia y la órbita de ese incómodo pathos, también incluiría (no siendo una ruptura o desviación) lidiar con el profundo dilema ético-político, en una encrucijada coyuntural que la historia argentina siempre reitera, de colaborar con el gobierno del “maldito” General Roca.
Bibliografía
- Lugones, Leopoldo e Ingenieros José, La Montaña, edición de la Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1998.
- Lugones, Leopoldo (hijo), Selección de verso y prosa de Leopoldo Lugones, editorial Huemul, Buenos Aires, 1971.
- Scalabrini Ortiz, Raúl, El hombre que está sólo y espera, Hyspamerica, Buenos Aires, 1986.
- Zaida Lobato, Mirta, La prensa obrera, editorial Edhasa, 2009